Por lo general, se lee y se enseña
el Martín Fierro como si se tratara
de un libro unitario. No obstante, se trata de dos libros o, al menos, de uno
formado por dos partes bien diferenciadas tanto en lo estético como en lo
ideológico. Al momento de escribir El
gaucho Martin Fierro (1872), José Hernández era un jordanista vencido y cansado,
un antisarmientino desbocado que emprendió la denuncia de los males que aquejaban
a los gauchos desclasados: los abusos del poder político y la justicia, las
penurias económicas, los prejuicios, el maltrato, la pérdida de bienes y derechos.
Para 1879, año de publicación de La
vuelta de Martín Fierro, el autor se ha convertido en un senador
avellanedista, defensor del proyecto liberal. Y, si bien no abandona del todo
el tono denuncialista, aboga por una integración y adecuación del gaucho que,
en rigor, implica necesariamente la renuncia a todas las banderas que
defendiera apenas siete años atrás.
La rebeldía y el enfrentamiento con las autoridades de Martín Fierro son remplazadas por la agachada y la resignación: el gaucho no debe luchar, sino acatar las órdenes de quienes mandan si quiere sobrevivir. La aceptación del maltrato es la clave de la supervivencia.
La rebeldía y el enfrentamiento con las autoridades de Martín Fierro son remplazadas por la agachada y la resignación: el gaucho no debe luchar, sino acatar las órdenes de quienes mandan si quiere sobrevivir. La aceptación del maltrato es la clave de la supervivencia.
La consagración de Martin Fierro como emblema canónico de la nacionalidad, se sabe, fue un proyecto de los letrados de la llamada Generación del Centenario. Lugones, Rojas y cía. vieron como una amenaza disolvente las masas inmigrantes que poblaban el país y, a imagen y semejanza de los países europeos, decidieron construir una épica que resumiera los alcances de una identidad inventada. La clave de esta operación son las conferencias que Lugones brindara en 1913 en el Teatro Odeón, más tarde publicadas con el título de El payador.
Pero, como decíamos, José Hernández pasó de ser un soldado de la causa de los caudillos federales para convertirse en un fervoroso militante del proyecto liberal. Un aspecto en que se visualiza con claridad este compromiso es la consideración hacia los pueblos originarios. En la primera parte, Fierro, quien ha sufrido el saqueo de sus bienes, la leva forzosa, la vida de la frontera y la persecución sin tregua por parte de las autoridades, ve la “tierra de indios” como la única salida, un símil del paraíso donde no hay que trabajar; el más allá de la frontera es la posible patria para sus huesos cansados. El gaucho Martin Fierro termina con una idealización del mundo indígena y una negación del universo blanco: antes de cruzar la frontera, Fierro destroza su guitarra.
En La vuelta de Martin Fierro, en cambio, el autor ya ha suscripto el proyecto de exterminio y este cambio ideológico se trasunta en la construcción del personaje. Así, en los primeros cantos de ese libro se dedica a la difusión de una imagen cristalizada de los aborígenes: asesinos, vagos, impíos, salvajes dejados de la mano de Dios. La idealización inicial troca en una descarnada justificación discursiva de un genocidio, a esa altura, irrefrenable. En una escena exagerada hasta el paroxismo, un indio le arrebata el niño recién nacido a una cautiva y comienza a revolearlo desde el cordón umbilical. El gaucho es un heterodoxo, al decir de David Viñas; el indio, la otredad total. Al primero, es posible integrarlo; al segundo, solo le cabe la eliminación.
La Ida, entonces, está escrita para dar a conocerlos males que aquejaban a los habitantes rurales del país; la Vuelta, en cambio, lo está para agradar a los letrados liberales rioplatenses (a la intelligentzia argentina, como gustaba llamarla Jauretche).
Ahora bien, más allá de las diferencias que hemos señalado, Martín Fierro sigue siendo un libro enorme, probablemente el más importante de la literatura argentina del siglo XIX después del Facundo de Sarmiento. No obstante, interesa señalar someramente estas diferencias para proponer una lectura crítica, alejada de los bronces consagratorios. Al libro lo conocen todos. Solo transcribo, por eso, unas pocas estrofas -a mi juicio, de las más interesantes- en que el personaje abandona la queja individual para dar paso a la denuncia de la situación colectiva de los gauchos:
El
anda siempre juyendo,
siempre
pobre y perseguido;
no
tiene cueva ni nido,
como
si juera maldito;
porque
el ser gaucho... ¡barajo!
el
ser gaucho es un delito.
Es
como el patrio de posta;
lo
larga éste, aquél lo toma,
nunca
se acaba la broma;
dende
chico se parece
al
arbolito que crece
desamparao
en la loma.
Le
echan la agua del bautismo
aquel
que nació en la selva,
"buscá
madre que te envuelva",
se
dice el fraire y lo larga,
y
dentra a cruzar el mundo
como
burro con la carga.
Y
se cría viviendo al viento
como
oveja sin trasquila
mientras
su padre en las filas
anda
sirviendo al gobierno;
aunque
tirite en invierno,
naides
lo ampara ni asila.
Le
llaman "gaucho mamao"
si
lo pillan divertido,
y
que es mal entretenido
si
en un baile lo sorprienden;
hace
mal si se defiende
y
si no, se ve... fundido.
No
tiene hijos ni mujer,
ni
amigos, ni protetores,
pues
todos son sus señores
sin
que ninguno lo ampare:
tiene
la suerte del güey
¿y
dónde irá el güey que no are?
Su
casa es el pajonal,
su
guarida es el desierto;
y
si de hambre medio muerto
le
echa el lazo a algun mamón,
lo
persiguen como a pleito,
porque
es un "gaucho ladrón".
Y
si de un golpe por áhi
lo
dan güelta panza arriba,
no
hay un alma compasiva
que
le rece una oración:
tal
vez como cimarrón
en
una cueva lo tiran.
El
nada gana en la paz
y
es el primero en la guerra;
no
le perdonan si yerra,
que
no saben perdonar,
porque
el gaucho en esta tierra
sólo
sirve pa votar.
Para
él son los calabozos,
para
él las duras prisiones;
en
su boca no hay razones
aunque
la razón le sobre;
que
son campanas de palo
las
razones de los pobres.
Si
uno aguanta, es gaucho bruto;
si
no aguanta, es gaucho malo.
¡Déle
azote, déle palo,
porque
es lo que él necesita!
De
todo el que nació gaucho
ésta
es la suerte maldita.
Vamos,
suerte, vamos juntos
dende
que juntos nacimos,
y
ya que juntos vivimos
sin
podernos dividir,
yo
abriré con mi cuchillo
el
camino pa seguir.
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